¡Hola, hola! Sé que tengo el blog abandonado y que no suele leerme nadie de todas formas, pero llevo pensando desde hace tiempo en usarlo también para subir pequeños relatos que me vayan surgiendo y qué mejor manera de estrenar mis relatos con uno dedicado a la familia Lennox (Dreaming Spires, Helena Lennox I) de Victoria Álvarez. Sé que no es gran cosa y la verdad es que me da mucha vergüenza que me lea alguien que no sea uno de mis amigos cercanos, pero también me hacía mucha ilusión escribir algo así.
¡Espero que disfrutéis leyendo tanto como yo disfruté escribiéndolo!
El frío diluvio que asediaba Londres sin
descanso desde hacía ya varios días, golpeaba los cristales de la residencia
Lennox mientras una aburrida Helena miraba a través de las ventanas con cara de
desear estar en otro lugar. Y lo cierto es que ese era su verdadero deseo. Con
seis años recién cumplidos estaba en esa edad en la que pintar había dejado de
ser divertido porque su madre se ponía hecha una fiera cuando descubría sus
obras de arte en el papel de las paredes. Como si pudiera conformarse con
pintar en un pequeño pedazo de papel que coartaba su libertad de creación. Y
tampoco había demasiadas cosas divertidas que su madre le permitiera hacer, así
que estaba condenada a pasar una tarde de lo más aburrida, observando caer esa
eterna lluvia de Inglaterra.
Hablando de su madre… hacía ya un buen
rato que Dora había salido; de compras, seguramente. Así que Helena estaba sola
con su padre. Normalmente esos ratos que pasaba a solas con Lionel eran
tremendamente divertidos, pero en esta ocasión estaba encerrado en su despacho,
trabajando con el papeleo que se llevaba a casa del museo algunas veces.
Con un resoplido malhumorado, Helena se
dejó caer hasta el suelo, rodando de un lado para otro y dando patadas cada vez
que un objeto se ponía en su camino. Si seguía así, iba a terminar volviéndose
loca de puro aburrimiento. Sin embargo, no habían pasado ni dos minutos desde
que comenzara con su complejo de croqueta cuando se puso de pie con tanto
ímpetu que casi cayó de bruces. Consiguió estabilizarse y echó a correr directa
al despacho de su padre, sin molestarse en llamar antes de entrar con la fuerza
de un huracán en miniatura.
Lionel se sobresaltó de tal manera que hasta
dio un pequeño bote sobre la silla de cuero en la que se encontraba sentado; su
mente, repentinamente lejos de los soporíferos papeles que había sobre la mesa
y que había estado revisando, se centró ahora en la diminuta versión de sí
mismo que se había colocado justo a su lado con expresión ansiosa.
—¿Helena?
¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? —Trató de no sonar tan ansioso como se la veía
a ella, pero no se le ocurría otra razón para que la pequeña entrara de tal manera
en su lugar de trabajo.
—Me
abuuuuurro. ¡Juega conmigo, por fi! ¡Por fi! ¡Por fi! ¡Por fiiiiiii! Me aburro
taaaanto que podía convertirme en un gusano del aburrimientooooo.
Tendría que ser un completo insensible
para poder resistirse a esa carita que le imploraba con tantas ganas. Al diablo
con el trabajo, su mocosa tenía prioridad por encima de todas las cosas. Pasó
la mano por la mesa para tirar todos los papeles al suelo y cogió a Helena para
sentarla sobre el espacio recién liberado.
— ¿Y
a qué quieres jugar, enana?
Helena se llevó un dedito a los labios
mientras pensaba, poniendo después sus pequeñas manos sobre las mejillas de su
padre para aplastarlas y amasarlas una y otra vez, soltando una risilla
infantil y chillona al hacerlo.
—Kalózok
—dijo después de un rato. Y, al ver la cara de confusión del mayor, se dio
cuenta de que lo había dicho en húngaro. A veces le pasaban ese tipo de cosas, aunque
cada vez le ocurría con menos frecuencia, pues el único idioma en el que hablaba
era inglés—. ¡A los piratas! —Se puso de pie sobre la mesa, con las manos en
las caderas y un ojo cerrado—. ¡Yo seré la pirata! —Miró a su padre, de nuevo
pensativa—. Y tú… mmmmmh… ¡La mujer raptoda!
— Raptada…
Espera, ¿de dónde has sacado esa palabra? ¿Sabes acaso lo que significa?
La jovencita negó con la cabeza. Solo era
un personaje, ¿es que tenía que tener un significado tan profundo? Bah, a ella
le daba igual.
—Además,
me parece que ese papel te pega más a ti. Yo prefiero ser el pirata, ¿no me
quedaría bien un parche en el ojo? Seguro que sí, me quedaría tremendamente
bien y Dora no podría resistirse a mis encantos, ¿no te parece?
Ella le miró con confusión, inclinando la
cabeza hacia un lado ante los delirios de su padre. Lionel solía decir todo
tipo de cosas que ella no entendía y casi siempre referentes a su madre. ¿Todos
los padres eran así? Por alguna razón, no se imaginaba a tío Oliver diciendo todo
eso sobre la madre de Chloë ni sobre ninguna otra mujer.
—Pero
yo solo quiero jugar a los piratas… ¡Y yo quiero ser el pirata! —Helena hizo un
puchero que no tenía otra razón de ser que la de chantajear emocionalmente a su
progenitor, aunque ella no fuera consciente aún de ese tipo de cosas.
Lo que le faltaba. Otra mujer que le
manipulara de esa manera. Estaba apañado. Lionel suspiró y se pasó una mano por
el cabello en un gesto desesperado.
—Está
bien, tú serás el pirata. Y yo la damisela raptada.
El chillido y la expresión de alegría de
la pequeña fueron suficientes para que semejante humillación valiera la pena.
Helena se bajó de la mesa de un salto, agarró la mano de su padre y le obligó a
salir del despacho para ir a la sala de estar. Cogió una manta y se la tendió.
—Toma,
es tu vestido. Yo no puedo ponerme uno porque soy un pirata bruto y grande y no
cabo.
—No
quepo —corrigió él.
—Tú sí
cabes, eres la damisela.
Lionel soltó una carcajada y le revolvió
el cabello ya despeinado a su hija. Después, se enrolló la manta alrededor del
cuerpo y dio gracias de que nadie más le viera de esa guisa.
***
Dora cruzó el umbral con una maldición.
Seguía lloviendo a mares y no ayudaba que fuera cargada de bolsas repletas de
ropa, libros y complementos más el paraguas con el que se había resguardado de
lo peor de la tormenta.
—Si
Lionel hubiera venido conmigo, esto no pasaría. La próxima vez le obligaré a
venir.
Agobiada, cerró la puerta como pudo y
dejó las cosas en el suelo. Fue entonces cuando se dio cuenta de algo. Había
demasiado silencio y eso solo podía significar que algo terrible había pasado.
Su pequeño terremoto no podía estar en silencio durante más de dos minutos
seguidos y era demasiado temprano para que estuviera dormida.
Definitivamente, algo horrible había
tenido que suceder.
Caminó tan rápido como pudo hacia la sala
de estar, deteniéndose de pronto al ver la escena que se presentaba ante ella.
Una emoción dulce y cálida se instaló en su pecho al contemplarlos. Lionel
estaba tumbado en el sofá, cuan largo era, con Helena sobre su pecho; ambos
dormidos y arropados con una manta. Era una estampa con la que ni siquiera
había podido soñar anteriormente. Con una sonrisa que guardaba todo el amor que
no solía mostrar abiertamente, se acercó al sofá y dejó un beso sobre la frente
de su pequeño terremoto y otro sobre la de Lionel.
Con esa misma sonrisa, giró sobre sus
talones para regresar a por sus compras.